Oración de la Mañana

7 de noviembre

Al bajar el autobús 

Al bajar del autobús, camino del colegio, Rodrigo paseaba todos los días cerca de una chabola; estaba hecha de ladrillos viejos y maderas, con el techo de aluminio y las ventanas de plástico. Sentados en la puerta, unos niños de corta edad; el pequeño apenas balbuceaba dos palabras nada más. 

Al ver a Rodrigo se quedaban embobados viendo sus bonitas ropas y su cartera, y entre ellos murmuraban: ¡Qué feliz será ese niño, con tantas cositas bellas y una buena cazadora que le calma del frío en el invierno! – Seguro que vivirá en una linda casita, rodeado de gente que le quiere, tendrá juguetes y una cama dónde dormir. Tendrá un colegio, una maestra que le 

enseñará del mundo todo lo más hermoso y le contará historias. Podría ir al parque, al zoo y de excursión… 

Rodrigo escuchaba sus voces infantiles y el balbuceo del más pequeño, y su cara inocente de niño tierno se llenaba de lágrimas y desconsuelo. 

Él hizo lo que pudo por ayudarles: les traía ropa y alimentos muchas veces, pero eso no era todo lo que él quería, no era lo justo. Los niños deberían tener derecho a que sus sueños les hicieran crecer, a no pasar hambre, miserias ni sed. Derecho a aprenderlo todo sobre la libertad, a ser solidario y a saber amar.  

Rodrigo volvió a aquella casita; un día un chaval le dio en su manita una figura de madera que él mismo había tallado con un viejo cuchillo y muchas horas de trabajo. 

Era la figura de un niño que él mismo había pintado: era un niño de cabellos rubios y pelo rizado. La cara llena de bondad, que refleja un alma limpia. Al cogerlo, Rodrigo lloró, al sentir la gratitud del chaval. 

Siguió paseando por allí, hasta que un día se hizo mayor, dejó el colegio y se marchó, y nunca más volvió. Pero en una estantería de su habitación guardada en un sitio muy especial un tesoro, un tesoro de amor que un día le talló un chaval. 

Reflexión: ¿Somos agradecidos con lo que somos y tenemos?