Oración de la Mañana

7 de noviembre

Lectura del santo Evangelio según San Juan

Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. 

Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: 
«Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.» 

Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.» 

Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: 
«¿Qué signos nos muestras para obrar así?» 

Jesús contestó: 
«Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.» 

Los judíos replicaron: 
«Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?» 

Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.  

PALABRA DEL SEÑOR  

Reflexión: “Una religión con corazón” 

En el Evangelio de hoy, Jesús entra al templo y se encuentra con algo que no le gusta nada: personas vendiendo animales y cambiando dinero dentro del lugar sagrado. Aquello que debía ser un espacio de encuentro con Dios se había convertido en un mercado. Por eso, Jesús actúa con fuerza y les dice: 
“No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”. 

Con este gesto, Jesús no está enfadado solo por el comercio. Está diciendo algo mucho más profundo: Dios no quiere una religión vacía, hecha solo de normas, ritos o apariencias. Lo que Él desea es una relación viva, sincera y cercana con nosotros. Jesús nos invita a limpiar también nuestro “templo interior”: nuestro corazón. 

A veces, nuestro interior se llena de “ruido”: el egoísmo, la envidia, la falta de perdón, o la costumbre de rezar sin pensar. Jesús quiere entrar en nosotros y “limpiar” lo que no nos deja amar. Quiere que nuestra fe sea verdadera, que se note en cómo tratamos a los demás, en cómo ayudamos, escuchamos o compartimos. 

Jesús nos enseña que el templo más importante no es un edificio, sino cada uno de nosotros. En nuestro corazón habita Dios. Por eso, cuidar ese templo significa vivir con amor, con verdad y con alegría. 

Pidamos hoy al Señor que nos ayude a tener una fe viva, una religión con corazón, donde lo importante no sean las apariencias sino el amor.