Oración de la Mañana

28 de octubre

EL ESPEJO QUE HABLABA

Marta era una niña curiosa que siempre se detenía a observar su reflejo en los charcos de agua o en los escaparates de las tiendas. Un día, mientras ayudaba a su abuela a limpiar el desván, encontró un antiguo espejo con un marco dorado cubierto de polvo. Al limpiarlo con la manga de su suéter, escuchó una voz suave y amable que decía:
—Hola, Marta. Hoy has sido muy generosa al ayudar a tu abuela.
Marta dio un brinco hacia atrás. Miró el espejo con asombro y preguntó:
—¿Eres tú quien ha hablado?
—Así es —respondió el espejo—. No reflejo tu apariencia, sino la belleza que hay en tu corazón.
Marta no sabía qué pensar. Se miró en el espejo y, aunque no vio su reflejo, escuchó de nuevo a la voz:
—Eres creativa, tienes una gran imaginación y siempre encuentras soluciones ingeniosas a los problemas.
Durante los días siguientes, Marta regresaba al desván para hablar con el espejo. Al principio, le parecía extraño no ver su imagen, pero con el tiempo, empezó a escuchar con atención sus palabras. Descubrió que era amable, valiente y que su sonrisa alegraba a quienes la rodeaban. Poco a poco, las inseguridades sobre su apariencia dejaron de importarle tanto.

Un día, Marta llevó el espejo a su habitación. Se lo mostró a su mejor amiga, Lucía, quien solía preocuparse por no sentirse lo suficientemente bonita. Cuando Lucía se asomó, el espejo le dijo:

—Tienes un corazón bondadoso y siempre ayudas a los demás sin esperar nada a cambio.
Lucía sonrió con sorpresa y Marta comprendió algo importante: lo que realmente nos define no es cómo nos vemos, sino cómo tratamos a los demás y a nosotros mismos.
Desde aquel día, Marta aprendió a quererse tal como era. Y aunque el espejo siguiera hablándole, ya no lo necesitaba para saber que su verdadero valor estaba en su corazón.