Oración de la Mañana
9 de abril
“Él había de resucitar de entre los muertos” (Jn 20, 9)
Un Dios resucitado es el que inspira la comunión de corazones, la profunda intimidad, la capacidad de tender puentes y relacionarnos sin barreras. Allá donde, más allá de un ‘yo’ o un ‘tú’ surge un ‘nosotros’, algo nuevo se genera, un sepulcro se vacía y vendas inútiles caen.
Allá donde un hombre o una mujer se arriesgan a amar dejando todas las seguridades en otras manos.
Allá donde alguien es capaz de escuchar, ponerse en el lugar de otros, compartir las preocupaciones o los éxitos, desear el bien ajeno, algo nuevo se genera, un sepulcro se vacía y vendas inútiles caen al suelo.
Allá donde alguien piensa en las necesidades de otros con tanta intensidad como en las propias, donde se busca la concordia por encima del conflicto y la humanidad común por encima de las diferencias, algo nuevo.
Sigamos a un Dios resucitado poniéndolo día a día como centro de nuestra vida y nuestras acciones.