Oración de la Mañana
18 de junio
La solidaridad
Había una vez un labrador muy avaro que vivía en un pueblo lejano. Era tan avaricioso que, cuando un pájaro comía un grano de trigo del suelo, se ponía tan furioso que pasaba el día vigilando su huerto para que nadie lo tocara.
Un día, el hombre pensó una idea para impedir que los pájaros entraran en su huerto: construir un espantapájaros que cuidara del lugar.
Así, el labrador hizo los brazos y las piernas con tres cañas, con paja configuró el cuerpo y utilizó una calabaza como cabeza. También puso dos granos de maíz para los ojos, zanahoria para la nariz y una hilera de granos de trigo para completar su dentadura.
Después le colocó ropa y lo puso en la tierra. Pronto, el labrador se dio cuenta de que le faltaba un corazón y decidió ponerle en el pecho el más maduro fruto de granado.
El espantapájaros se quedó solo en el huerto y, pronto, un gorrión necesitado sobrevolaba el huerto para buscar trigo. Entonces, el muñeco de paja quiso cumplir con su labor y ahuyentarlo, pero el pájaro se situó en el árbol y dijo:
—¡Qué buen trigo tienes! Dame algo para mis hijos.
—No es posible —dijo el espantapájaros. Sin embargo, encontró una solución: le ofreció sus dientes de trigo.
El gorrión, contento, tomó los granos de trigo. El espantapájaros quedó satisfecho de su acción, aunque sin dientes.
Días más tarde, entró al huerto un conejo y miró interesado la nariz de zanahoria del espantapájaros.
—Quiero una zanahoria, tengo hambre —dijo el conejo.
El espantapájaros tuvo una corazonada y le ofreció su zanahoria. Estaba tan alegre que quiso entonar una canción, pero no tenía boca ni nariz para cantarla.
Una mañana, apareció el gallo madrugador lanzando al aire su quiquiriquí. Acto seguido le dijo al espantapájaros:
—Voy a prohibir a la gallina que alimente con sus huevos al amo, pues les da poco de comer.
Esta decisión no le pareció bien al espantapájaros y le ofreció sus ojos, formados con granos de maíz, para que se alimentaran.
—Bien —dijo el gallo, y se fue agradecido.
A la hora del crepúsculo, oyó una voz humana. Era un antiguo trabajador que había sido despedido por el labrador.
—Ahora soy vagabundo —le dijo.
—Toma mi vestido, es lo único que puedo ofrecerte.
—¡Gracias espantapájaros!
Ese mismo día, oyó a un niño llorar que buscaba comida, el dueño del huerto había despedido a su madre y estaba hambriento.
—Te doy mi cabeza, que es una hermosa calabaza— dijo el espantapájaros.
Al amanecer, el labrador fue a la huerta y, cuando vio el estado del espantapájaros se enfadó mucho. Tanto que le prendió fuego. Al caer al suelo su corazón de granada, el labrador, riéndose, dijo:
—Esto me lo como yo.
Al morder, el hombre experimentó un cambio: su corazón de piedra se transformó en un corazón de carne.
Desde entonces, el huerto del labrador se convirtió en un lugar agradable donde todos acudían con la hermosa nota del calor humano.
Esta historia ilustra muy bien el valor de la solidaridad a través del personaje del espantapájaros, quien no duda en ayudar a los demás sin importar si son desconocidos o no. No duda en dar lo que tiene para que los otros mejoren sus condiciones.
En contraposición, el labrador, carente de corazón, solo piensa en sí mismo.