Oración de la Mañana

26 de septiembre

Lectura del santo evangelio según San Lucas:

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: 
«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día. 

Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico. 

Y hasta los perros venían y le lamían las llagas. 

Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. 

Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo: 
“Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”. 

Pero Abrahán le dijo: 
“Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado. 

Y, además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”. 

Él dijo: 
“Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”. 

Abrahán le dice: 
“Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. 

Pero él le dijo: 
“No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”. 

Abrahán le dijo: 
“Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”». 

 

Para la reflexión:  

  1. ¿Qué diferencia ves entre la vida del rico y la de Lázaro? 
  1. ¿Por qué crees que Jesús cuenta esta parábola a los fariseos? 
  1. ¿En qué cosas o personas de tu alrededor podrías reconocer hoy a “Lázaro”? 

Nota final…  

Jesús nos invita a abrir los ojos y el corazón, a no acostumbrarnos al dolor de los demás, a escuchar su Palabra y dejar que transforme nuestra manera de vivir. Solo así descubriremos la alegría de dar, de compartir y de encontrarnos con Dios en los más pobres y pequeños.